José Luis Gómez Barceló
«Para los amantes del arte contemporáneo, de la liberación de las formas y la realidad, encontrar una nueva figuración que nos enamore es difícil.
Tiene que ofrecernos más, mucho más. Ha de utilizar las fórmulas más imaginativas, mezclar sabiamente muchos componentes de la alquimia más elevada para lograr cautivarnos.
Prestell lo hace. Luis Ángel Prestell, constructor de poderosas arquitecturas, escultor de texturas tridimensionales, descubridor de colores y pendolista de latines nos ofrece un vehículo en el que emprender viajes por mundos inexplorados.
Aún recuerdo los catálogos de su exposición del Alcázar de Toledo, que conmovieron a los críticos más puristas; la sorpresa de los visitantes al Museo del Revellín cuando llenó sus paredes de mandalas, rosas de los vientos y piezas de orfebrería de claro sabor italiano; la emoción de quienes salían de ella con una de sus obras para disfrutarlas toda la vida entre sus tesoros más personales.
Dos años después, el año 2003 se viste de fiesta, de nuevo, para recibir sus obras. Una nueva línea de investigación en la cual la noche es su hilo conductor. Una noche de azules escogidos, de luces cargadas de rincones luminosos, de textos que dan pistas para leer en sus cuadros algunos de los sentimientos del artista.
La exposición que vamos a disfrutar tiene, en palabras de su autor, un romanticismo hacia lo oriental, pero en la cual continúan estando otros orientalismos europeos, yo diría que italianos, reflejados en su irrupción caligráfico-filosófica.
El color está invariablemente jugando en dos gamas básicas de azules y de marrones: Cielos y tierras siempre cálidos y siempre nocturnos. Sobre ellas, geometrías de cuadrados y círculos, que nos introducen en búsquedas de la deidad más clásica, ora hindúes, ora grecolatinas; en templos de cúpulas damascenas y en cátedras de geografías mediterráneas.
Con referencias caligráficas o gráficas –aquí se confunden unas y otras– a la literatura, la filosofía o la música, recordando miniados medievales, cartas náuticas o esgrafiados modernistas. Una interculturalidad pura, con destellos ecuménicos que se pierden en formas aprehendidas en manifestaciones artísticas tanto judeo-cristianas como islámicas o hindúes.
Difícil es hacer crítica de los mundos de Prestell. Lo sencillo, descubrirse ante su obra. Hablar de ella: casi imposible, sin ser un filósofo stricto sensun, un sabio que pudiera desvelar tantas claves como en ella se encuentran.
Así que es más fácil rendirse ante la evidencia de que nos hallamos ante la belleza hecha arte tangible y alcanzable».